martes, 1 de marzo de 2016

SUPERIORIDAD DEL LEAN MANGEMENT EN TODOS LOS ASPECTOS


Published: 02 June 2014, Written by Lluis Cuatrecasas


Cuando un nuevo modelo de gestión aparece como consecuencia de la necesidad de competir en un sector, pero con muchos menos recursos que las empresas que operan en él, el modelo en cuestión ha de ser forzosamente mucho mejor y más eficiente y competitivo. Además, si las empresas que componen el sector basan precisamente su eficiencia en una fuerte inversión en recursos productivos, todavía tiene más mérito lograr competir con ellas, si no se puede efectuar tales inversiones. Este fue el caso del sistema que desarrolló Toyota, como muy bien saben los que han leído mis artículos.

Sin embargo, no debe sorprendernos que Toyota lo consiguiera, si nos detenemos a analizar la impresionante capacidad que tuvo para detectar todos los aspectos que suponían improductividades en la operativa de las empresas contra las que competía, para luego plantear magistralmente la forma de neutralizarlos proponiendo un enfoque completamiento distinto para el planteamiento de su nuevo modelo de gestión, superando las reticencias que tenía al respecto la mentalidad tradicional y, finalmente, trabajar denodadamente para desarrollar las nuevas herramientas que harían posible el nuevo modelo (que fueron muchas) y, sobre todo, superar los graves problemas que se iban encontrando al tratar de hacerlo. Es evidente que no fue fácil, tan evidente como que no podía serlo.

El punto de partida nos es ya conocido: había que competir con muchos menos recursos financieros, lo que dejó establecidos los objetivos fundamentales. Para sortear este impresionante obstáculo que desafiaba las leyes de la economía al uso (si se pretende una fuerte rentabilidad, hay que invertir mucho en medios que permitan alcanzarla), había que reducir drásticamente el capital fijo y el capital circulante invertido … pero sin pérdidas de productividad en relación con la de la competencia. ¡Había que estar simplemente loco para pensar que esto era posible!

En cualquier caso afrontaron el desafío y decidieron que la manera de reducir drásticamente las inversiones en capital fijo, era operar en pequeñas cantidades de producto, lo que permitiría operar con máquinas sencillas y de poca capacidad, mucho más baratas y, por otra parte, para reducir de forma asimismo drástica la inversión en capital circulante había que recuperarlo muy rápidamente para poder reinvertirlo, lo que implicaba nuevamente producir en pequeñas cantidades (poca inversión en materiales, horas, energía, etc.) y que el producto avanzara rápidamente y sin detenerse hacia el cliente, convirtiéndose así el lead time, en un objetivo fundamental. Obsérvese que hay un aspecto que aparece como clave para reducir ambos tipos de capital invertido: que la producción se lleve a cabo en pequeñas cantidades, lo que convierte esta exigencia en algo realmente importante. Así pues, se lograría una gran reducción en ambos tipos de capital a invertir, si la operativa se ajustara a:

PRODUCIR PEQUEÑOS VOLÚMENES DE PRODUCTO QUE AVANCE SIN PARAR HACIA EL CLIENTE

Pero la exigencia de que el producto avanzara de forma ininterrumpida exigía, a su vez, que los procesos de producción operaran en:

FLUJO REGULAR Y CONSTANTE, AVANZANDO EL PRODUCTO UNIDAD A UNIDAD 

Si analizamos esta propuesta, llegamos a la conclusión de que se trata de un punto de partida que suponía, en efecto, un enfoque completamiento distinto del tradicional, que operaba con grandes volúmenes y de forma que el producto estaba casi siempre parado. Además, para Toyota operar a gran escala era algo muy arriesgado por el peligro de no vender toda la producción, sobre todo en el momento en que la economía dejara de crecer (como se ha demostrado con la llegada de las crisis).

Sin embargo, la propuesta de Toyota suponía enfrentarse a los primeros problemas derivados de “salirse del guión” en forma de pérdidas flagrantes de eficiencia, fruto de contravenir la operativa tradicional, que tan cuidadosamente había logrado evitar tales problemas: producir en pequeñas cantidades implicaba mucho tiempo perdido en preparaciones de los procesos (que podían llegar a estar parados más tiempo que produciendo) y, la exigencia de que el producto no parara y avanzara unidad a unidad, supondría muchos transportes y manipulaciones, para que cada unidad de producto no hubiera de esperar a que otras estuvieran ya procesadas.

Pero, por si esto fuera poco, con el nuevo planteamiento de Toyota, se perdía la posibilidad de incurrir en costes muy bajos aprovechándose de las economías de escala, algo que Henry Ford había puesto de manifiesto de forma indiscutible, cuando con la producción a gran escala logró que su Ford T bajara su precio desde importes inasequibles para la inmensa mayoría de la población estadounidense, hasta la muy asequible cantidad de 200 dólares.

Ciertamente, la drástica reducción de inversiones que suponía la propuesta de partida de Toyota ya citada, implicaba una nada despreciable reducción de costes básicamente financieros, pero aún así había que encontrar el enfoque de la operativa del sistema productivo, que permitiera alcanzar muy bajos costes y, con ello, una elevada productividad, pero «más allá de la producción a gran escala» en palabras del propio Taiichi Ohno. Y todo ello, por supuesto, respetando la propuesta básica de producir a pequeña escala, un producto que no parara.

Ahí es donde surge la idea del valor, como elemento clave del sistema para alcanzar la que sería su elevada eficiencia: toda actividad desarrollada en la producción tiene un coste, pero éste solamente podría recuperarse si el cliente la valora y, con ello, estuviera dispuesto a pagar por ella. Así pues había que evitar que la operativa de los procesos incluyera actividades que no aportaran valor para el cliente, a las que ya nos hemos referido en anteriores artículos y que constituyen unos de pilares fundamentales del sistema desarrollado por Toyota: losdesperdicios o waste[1].

Si tenemos en cuenta que estas actividades pueden llegar a ser fácilmente el noventa por ciento del total de las que componen un proceso operado de forma tradicional, comprenderemos fácilmente que los proceso diseñados y organizados para evitarlas pueden conseguir grandes reducciones de costes, incluso mucho más espectaculares que las economías de operar a gran escala. Pero, una vez más, este no habría de ser un camino de rosas, ya que en este “nadar contra corriente” que supusieron las propuestas del sistema de Toyota, aparecieron nuevos y graves problemas a superar. 

Sin embargo, hay que admitir que esta propuesta, además de permitir una reducción de costes y aumento de la productividad elevados, estaba totalmente en línea con el objetivo fundamental el sistema de Toyota: reducir ellead time al máximo. En efecto, si se eliminan actividades (que no aporten valor) de un proceso, este se acorta y termina más rápido. Además, las exigencias básicas del sistema para reducir al máximo el capital necesario, que recordemos eran “producir pequeños volúmenes de producto que avance sin parar hacia el cliente (es decir en flujo regular y unidad a unidad)”, suponen operar en ausencia de desperdicios, en forma de sobreproducción (inherente a los grandes volúmenes) y esperas (un paro en toda regla) y stock (producto que se halla parado por una razón u otra), entre otros. 

Para completar esta identificación de los desperdicios con el objetivo de reducir el lead time, recordemos que todos ellos sin exclusión comportan pérdidas de tiempo y, con ello, alargamiento del lead time: la sobreproducción porque el producto deberá esperar hasta que se encuentre el cliente que pagará; el sobreprocesamiento, porque el consumo adicional de recursos que supone, implicará con toda probabilidad un tiempo adicional; el stock, porque supone un material o producto parado en su camino hacia el cliente final; el transporte, porque en si mismo es un tiempo intercalado en el proceso de adición de valor, lo mismo que los movimientos que requieran los trabajadores; finalmente, el reprocesado supone alargar los procesos hasta lograr que el producto sea conforme.

Por tanto, si el lead time es el objetivo principal del sistema de gestión desarrollado por Toyota, los desperdicios o waste son el instrumento que ha de permitir construirlo con la garantía de cumplir con este objetivo y desarrollar un modelo altamente eficiente y competitivo, sin necesidad de recurrir a las economías de escala, una verdadera arma de doble filo.

Por tanto ahora habríamos de centrarnos en los desperdicios, partiendo de la conocida clasificación en siete tipos, para evidenciar la verdadera dimensión de la enorme superioridad del Lean Management que, como sabemos, se ajusta a la operativa desarrollada por Toyota.

De momento, dejaremos constancia de la importancia especial de dos de ellos: la sobreproducción, porque da lugar a que aparezcan todos los demás, y el inventario o stock, porque aparece cuando tiene lugar cualquiera de los otros seis, como consecuencia de los mismos, hasta el punto de que si se eliminan todos ellos, el stock en proceso desaparece. Para entenderlo mejor, pondré un ejemplo de servicios (dado que estamos justificando la superioridad del sistema que desarrolló Toyota, puede parecer que hablamos solo para el mundo industrial): en una consulta médica, se forman colas de clientes cuando se funciona con un método deficiente (sobreproducción), cuando se producen fallos y hay que esperar a que se subsanen (reprocesado), cuando existen actividades cuello de botella (esperas), cuando los procesos no están bien conectados (desplazamientos de los clientes –el producto, en este caso– o los trabajadores), etc. En la medida que desaparecen estas deficiencias, desaparece el stock intermedio. 

No se extrañen pues, de la frase tan dura que tenía Toyota para con el stock: «el stock es la medida de la incompetencia de la dirección de un sistema productivo».

Así pues, en mi próximo artículo, procederemos a analizar cómo puede construirse un sistema altamente eficiente y competitivo eliminando los siete tipos de desperdicio, no sin antes justificar el por qué Toyota consideró cada uno de ellos como algo a evitar porque no añaden valor (pero sí coste). 





[1] Como el lector sabrá, hay actividades que no aportan valor para el cliente y que este también está dispuesto a pagar por ellas y no se catalogan como desperdicios: aquellas que no se ha descubierto aún cómo evitarlas. Sería, por ejemplo, el caso de los transportes de productos hasta el cliente, si este se halla a varios kilómetros de distancia. Cuando se encuentre la forma de evitar una actividad de este tipo, habrá que replantear el carácter de la misma, algo que en parte ya ha ocurrido, con los libros, planos, proyectos, películas o fotografías, que actualmente se pueden enviar por Internet y no requieren necesariamente un transporte físico.